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Mar

2015

SEVILLA Y EL JUEGO DE LOS SIGLOS PDF Imprimir E-mail
Palacio de altamira

EL MUNDO / 11/3/2015

EVA DÍAZ PÉREZ

No todas las ciudades pueden presumir de ser capital de la Historia. En Sevilla, se puede jugar a la rayuela y saltar sobre los siglos, pasar de salas renacentistas a pavimentos de origen islámico y luego lanzar la teja y entrar en el XIX. Observar una fachada sobre la que se superponen las épocas y plantear jugosos y atrevidos puzzles del tiempo.

Ciudadanos que recorren los rincones del pasado. Por ejemplo los que se citan a las seis de la tarde en la Iglesia de Santa María Blanca con dos horas por delante para adentrarse en la judería y la morería que quedaron arrasadas por el tiempo, pero de las que quedan huellas, restos, delicados vestigios.

Juan Luis Ravé, del Gabinete Pedagógico del Museo de Bellas Artes, es el encargado de guiar a un grupo fascinado con la Historia. El recorrido es uno de los muchos que se pueden realizar esta semana gracias a una iniciativa impulsada por la Asociación Historia y Ciudadanía y la empresa Argos. La intención es reproducir en Sevilla la «Fiesta de la Historia» que se celebra desde hace once años en Bolonia.

Este proyecto de paseos históricos, recorridos artísticos, visitas a exposiciones y conferencias nace de la ciudadanía y para que el ciudadano disfrute de su patrimonio. En realidad podría considerarse como un reflejo de lo que está ocurriendo en todos los ámbitos. La cultura, desamparada por las instituciones oficiales, surge de los ciudadanos. «Pero ¿esto lo organiza la Junta?», pregunta despistado uno de los visitantes. Elisa Navarro, de la Asociación Historia y Ciudadanía, responde que no: «Aquí trabajamos fuera de nuestro horario laboral y sin subvenciones». Puro y auténtico compromiso ciudadano.

Ni la Junta ni otras instituciones públicas están detrás de esta iniciativa. Sin embargo, en este viaje en el tiempo tienen parte de protagonismo. Los visitantes entran en el Palacio de Altamira, que fue restaurado por la Junta y que hoy acoge oficinas de la Consejería de Cultura. Además de los fantasmas del pasado están los de no hace mucho, porque aquí -en la Sala Real- se celebraban las ruedas de prensa en los tiempos de Carmen Calvo, cuando había proyectos y dinero para la cultura. Ahora no queda nada, sólo despachos y salas vacías.

El palacio perteneció a Yusuf Pichón, contador mayor del reino en tiempos de Enrique II, pero fue pasado por las justicias de sangre. «El palacio pasará al siguiente 'ministro', Diego López de Zúñiga [con el cargo de Justicia mayor del reino]. Para que vean que las conspiraciones entre ministros no son asunto de ahora», comenta Juan Luis Ravé.

En el recorrido se atraviesan patios, salas y jardines de este linaje al que se van incorporando los títulos de duques de Béjar, el marquesado de Villamanrique y luego el condado de Altamira. Así hasta que se llega hasta el XIX, el siglo en el que los grandes palacios sevillanos se convierten en casas de vecinos. Todo un símbolo de la decadencia de la que una vez fue capital económica del imperio español y que pasó a ser un rincón provinciano en el Ochocientos.

En Altamira hay un pequeño museo en el que se exhiben objetos hallados durante la restauración. Así se adivina otro episodio del pasado. Hay juguetes de niños que se divertían en estos antiguos patios mudéjares, vajillas para cenas frugales y candiles que alumbraban con la luz amarilla de las ciudades enfermas. Además de corral de vecinos había establecimientos. Tras la vitrina se ve una caja de balas de la Guerra Civil que apareció tras una falsa pared de una tienda de velillas, monedas de la Primera República que servían como pesas en la balanza de una pollería y hasta un mural que había en la taberna Casa Paco pintado por Antonio Estepa, un bohemio naif que dibujaba abanicos y castañuelas y que pagaba sus borracheras con cuadros.

El grupo se interna ahora por las callejuelas de la judería. Ravé señala lugares en los que hace siglos hubo palacios, las iglesias que fueron sinagogas y mucho antes mezquitas y recuerda dónde estaba la muralla y cómo fue el pogromo de 1391, la terrible matanza que acabó con casi todos los judíos de Sevilla por las instigaciones del arcediano de Écija, Ferrán Martínez.

Por las calles laberínticas de la judería desaparecida hay un olor a guisos -¿quizás el recuerdo de la adafina que se celebraba el viernes para el sabbat?-, que se escapa de las cocinas de pensiones turísticas de la zona. Calle Archeros, Verde, Céspedes y asoma la Iglesia de San Bartolomé -también antigua sinagoga- sobre la que cae una increíble luz dorada. Sigue el itinerario por calles que parecen la parte de atrás de las postales. Y en la calle Levíes se llega a otro palacio que hunde sus cimientos en la judería: el de Mañara, que también acoge ahora oficinas de la Junta. Juan Luis Ravé enseña a leer los estratos del pasado. Explica los añadidos del XVIII, el momento en el que el padre de Miguel de Mañara lo adquiere a comienzos del XVII y se remonta a los aires renacentistas del siglo anterior, cuando se llamaba Casa Almansa, para después bajar a la casa mudéjar que permanece intacta, con restos de excepcionales pinturas murales. Ahora es una sala de reuniones.

El grupo se adentra en la antigua morería en la Plaza de San Pedro. Ya ha caído la noche cuando Juan Luis Ravé desgaja más capas de la Historia y se asoman los fantasmas de moros y moriscos. Los siglos se confunden en este juego de épocas como sólo puede hacerse en las capitales de la Historias.

 
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