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2021

Cuando lo caro sale aún más caro PDF Imprimir E-mail

Diario de Sevilla / 30/04/2021

Carlos Colón

Leo que la Alameda de Hércules es un territorio degradado, que se ha convertido en un espacio repleto de pintadas y suciedad, con deficiencias que afectan al pavimento y al mobiliario, que los vecinos denuncian la situación, que Ciudadanos pide un plan de regeneración de la zona... Y tengo la sensación de estar leyendo un periódico de hace una década. Miro la fecha y resulta que no, que es una información del compañero Juan Parejo en el diario de ayer. Mi confusión temporal se debe a que algunos creemos que la Alameda es un territorio degradado desde que en 2008 terminó su reforma con año y medio de retraso y un coste de siete millones de euros. Degradado estéticamente por su diseño, incluyendo el basto mobiliario urbano. Degradado en lo práctico por la elección de los pavimentos. Degradado como zona verde por la eliminación de jardincillos y árboles (a lo que hay que sumar la muerte de muchos de los supervivientes o entonces plantados).

¿Estaba mejor antes? No, por supuesto que no. Pero la mala y carísima solución a viejos problemas enquistados -casos de la Encarnación, la Alameda o la necesaria pero pésima peatonalización arboricida de la Avenida y la Puerta de Jerez- fue la marca del mandato municipal de Sánchez Monteseirín. No todo fueron desaciertos, como en los casos de las peatonalizaciones de Asunción o San Jacinto. Pero los errores y los horrores fueron tan espectaculares y costosos que convirtieron los aciertos en anécdota (sumen a los siete millones de la Alameda los 102 de las setas de la Encarnación, agujero nunca cerrado en el bolsillo de Sevilla: la semana pasada el Ayuntamiento acordó pagar 478.892 euros a Sacyr como compensación por las pérdidas originadas por la pandemia en los ingresos previstos por la concesionaria para 2020).

Dar una mala solución a problemas enquistados los deja incluso en peor situación, porque cierra las puertas a las buenas soluciones. Es lo que se llama una chapuza. Cuando ésta, además de carísima, está técnicamente mal resuelta y tiene un programa de uso mal previsto, la chapuza se convierte en una insaciable saca pasta que obliga a parches y arreglos. Es el caso de la Encarnación y la Alameda. La primera acaba de sumar 478.892 euros a los millones que ha costado y la segunda precisa continuas intervenciones. Llevando la contraria al refrán, en este caso lo caro sale aún más caro.

 
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